Juan CascantEl director de la bodega “Celler la Muntanya” apuesta por la formación para poner en marcha un proyecto vitivinícola

Juan Cascant dirige ‘Celler la Muntanya’, una empresa vitivinícola y oleícola nacida en 2004 en Muro de Alcoy. El proyecto se abastece de uva a través de la iniciativa ‘Microvinya’, que permite la participación de terceros en la conducción de pequeños viñedos. Su filosofía empresarial pasa por obtener una rentabilidad múltiple: económica, social, cultural y medioambiental. ‘Microvinya’ ha concedido a ‘Celler la Muntanya’ la cesión de uso del sello y la marca. Después de 10 años de trabajo, la bodega cuenta con siete productos que también vende en Alemania y en la costa este de EEUU.

¿Qué es un cultivo minifundista?

Si atendemos a la acepción tradicional, se trata de una palabra peyorativa asociada con algo que no puede sostener a una familia. Pero, desde el concepto actual, el minifundio sostiene y define algo más: medio ambiente, biodiversidad y argumento gastronómico y paisajístico del mediterráneo.

¿Cómo impulsa el proyecto Microvinya el desarrollo rural?

No nacimos con pretensión de impulsar nada. Para el agricultor minifundista, desde Murcia hasta Cataluña, la agricultura es su segunda actividad porque ser empresario tiene más valor y está mejor visto. No se vincula al agricultor con la empresa y suele estar al final de los planes estratégicos. Cuando aparece Microvinya, sin quererlo, se da valor al desarrollo rural.

¿Por qué sin quererlo?

Porque el hecho de que el agricultor cultive variedades autóctonas tradicionales lo señala como defensor del medio ambiente. Durante los 10 años de funcionamiento de Microvinya, muchas personas se han acercado por su poder de convocatoria no premeditado. Han valorado que puede haber otro enfoque desde el mundo rural para impulsar un desarrollo concreto. Nosotros lo que hacemos es existir y tener fe en ello.

Además del beneficio económico del vino, el proyecto pretende aportar valores culturales, sociales y medioambientales. ¿De qué forma?

El modelo económico actual, del que estamos viviendo su desaparición o enésimo reventón, nos pone filtros para que miremos las cosas de una forma determinada. No sólo los artistas dibujan el paisaje. En el mediterráneo, el paisaje lo esculpe un agricultor. El valor del medio ambiente o de la biodiversidad parte de la hierba hasta el ave típica de un territorio.

¿Y el social?

Existen elementos interdisciplinares que permiten que el agricultor pueda ser, a la vez, empresario. Hay herramientas que hacen posible que la gente se mantenga en sus pueblos y esto conlleva una vertiente social importante. Una empresa en un pueblo es más que una forma de ganar dinero. Forma parte de la vida de sus habitantes, está ligada a la cultura a través de colaboraciones y debe tener un compromiso para preservar el entorno.

¿Qué aspectos hay que valorar para diseñar una Microvinya?

Primero tiene que haber voluntad e intención. Además, es necesaria preparación y formación. El agricultor debe ir con la tablet en una mano y la azada en la otra. El estudio y el conocimiento son herramientas para acometer aquello que deseas. Hay que escuchar la historia, entender el porqué de determinado paisaje, conocer su arqueología y sus variedades. En cualquier lugar, interactuar es mejor que competir. No hagamos siete bodegas cuando con una seria suficiente.

¿Estamos preparados para compartir?

Si la respuesta es sí, entonces no hay problema. Pero si la respuesta es no, si yo quiero lo mío y tú lo tuyo, se puede buscar alternativas. Por ejemplo, en unas instalaciones se puede vinificar la uva de varios productores. De esta forma, ganan ambas partes. Da igual que sea o no una cooperativa, el título jurídico es lo de menos.

Conceptos como sostenibilidad o respeto al medio ambiente se emplean en ocasiones como una estrategia de imagen, sin concretar en acciones reales. ¿En qué consiste el compromiso ético con el ecosistema por parte de Microvinya?

No tiene por qué ser gratuito emplear todo esto. Debemos reivindicar el valor de estas palabras. El ecosistema es el lugar donde uno vive. Y el compromiso ético con él pasa por entender que no es una propiedad que podemos deteriorar, sino que debemos guardar para que las disfruten nuestros hijos. El medio ambiente dibuja la lengua, el paisaje, la herencia, la economía, las relaciones personales… Nuestro compromiso es no producir más de lo que haga falta, remunerar al agricultor de forma justa, ser fieles a nuestro origen, a las variedades autóctonas y corresponder a la actividad del entorno. No se trata de una moralina, sino de ética.

¿Qué se necesita para hacer un buen vino?

Tener ganas de poner el paisaje dentro de una botella.